Aunque el sentido común nos diga que no es posible, la
psicología lo considere técnicamente imposible y la moral y las buenas
costumbres lo sancionen, el fenómeno de bifurcación amorosa sigue haciendo de
las suyas. Parecería que dadas ciertas condiciones (aún no determinadas por la
ciencia oficial y rigurosa), nuestro cerebro puede manejar dos canales
simultáneos de intercambio pasional/afectivo y multiplicar por dos la energía
amorosa.
Algunas personas, no sabemos si bien dotadas o víctimas de
una desconocida mutación genética, son capaces de estar doblemente "tragadas".
Dos volcanes en erupción, acompasados al ritmo frenético de un corazón al borde
del infarto y un cerebro llevado al límite.
Y contra todos los pronósticos, no se mueren ni se enferman.
Estos extraños seres no se cansan ni descansan, no decaen ni desisten. A pesar
de los inconvenientes, se mantienen de pie, debatiéndose entre dos polaridades
simétricas y perfectamente equilibradas. Dos amores con igual intensidad, dos
tragas sin atragantarse (no conozco el primer caso de tres "tragas").
Lo interesante es que las vivencias afectivas, cognitivas y
comportamentales de quien padece esta doble afectividad se superponen y
confunden. En esencia, los dos amores producen los mismos efectos, como si el
cuerpo no pudiera considerar por separado los polos del conflicto. La misma
taticardia y la misma emoción localizada en la boca del estómago. No interesa si
son mariposas o murciélagos, la consecuencia es la misma: una doble angustia
corta la respiración y pone a temblar el sistema hormonal.
"Sueño con los dos, disfruto con los dos, extraño a los dos,
no concibo mi vida sin ellos", me decía una mujer desesperada e incapaz de
resolver su ecuación afectiva, donde "x" y "y" estaban a la par,
irremediablemente igualados. Y a esta mujer le importaba un rábano el principio
teórico que argumentan los puristas. "si se ama a dos, el amor no es verdadero".
Lo que ella quería era inclinar la balanza para escapar del atolladero, salir
corriendo de la trampa que le había tendido el corazón, para la cual nadie la
bahía preparado.
Todos estamos de acuerdo, al menos en términos prácticos, en
que lo ideal sería no abrir sucursales afectivas. Y no me refiero a la
infidelidad, que es el tema aparte, sino a que la emoción se encause por un solo
canal. Sin embargo, nada hay más subversivo que el amor, nada más impredecible y
sorprendente.
Cuando en las conferencias le pregunto a los asistentes si es
posible que nos enamoremos de dos personas a la vez, casi la mitad del auditorio
responde con un sí contundente y sin reparos. El sí categórico que otorga el
haber vivido en carne propia la locura de dos amores coexistentes y no haber
muerto en el intento. Independiente de las razones que podamos argumentar, para
estas personas la experiencia es tan real como la vida misma.
A veces, el doble amor dura poco, pero solo se trata de
química concentrada transitoria, ebullición desordenada y vibrante. Pero en
ocasiones, la bioquímica es transcendida y el amor se asienta descaradamente
durante años. Nos atraviesa como una espada de dos filos y allí permanece como
el mayor de los enigmas. Conozco señoras y señores de edad que confiesan haber
tenido otro amor, platónico, inconcluso, inconfesable, durante más de veinte
años.
Esto de querer por partida doble me recuerda el "escepticismo
que mantenemos frente a las brujas, cuando decimos que no creemos en ellas pero
que sí las hay. Yo no he podido ver brujas montadas en escobas, pero he visto
volar el amor en todas las direcciones posibles. Lo he visto estrellarse, morir
en un instante. También lo he visto echar raíces en los lugares más inhóspitos y
dar los frutos más maravillosos que podamos concebir. En el amor todo es
posible.