Metafísicamente el Amor es una manifestación de la
bienaventuranza en la cual el universo se funda y a partir de la cual ha sido
creado. Tal es la perspectiva de la Metafísica de la Evolución Espiritual cuyo
máxima expresión universal es , a nuestro juicio, el pensamiento de Sri
Aurobindo. Dicha bienaventuranza es el aspecto último del espíritu. Recordemos
que éste tiene dos aspectos más que son: la eternidad y la conciencia. En
sentido estricto la conciencia es la creadora del universo. Ahora bien, el amor
aparece aquí como la fuerza salvadora de este universo.
El amor es una fuerza que el autor del universo hizo
descender hasta la realidad material inerte y oscura con el fin de que los
habitantes de nuestro mundo retornasen a Él. El descenso del amor a las
tinieblas provocó que los oídos sellados se abriesen a un despertar que tenía el
signo del verdadero gozo, pues el amor es deleite. Y con este despertar al amor,
en el mundo ingresó la posibilidad de volver a la realidad divina. Dicho mundo
antes de este despertar no era más que materia muerta, la cual a partir del
advenimiento del amor despertó a la vida. Y es desde entonces que el mundo ha
ido hacia la fuente divina del amor, sin embargo, ha seguido caminos errados,
transitando derroteros equivocados o quiméricos. Porque la mayor parte ha
buscado el amor careciendo de un concepto claro de lo que éste es,
confundiéndolo con multitud de fuerzas muy lejanas al verdadero amor. Todo ser
humano ha buscado este principio de unidad , porque el espíritu humano ha estado
siempre reclamando por la realización y el éxtasis que sólo el poder del amor
otorga. Pero la mayor parte ha fracasado en alcanzarlo. Sin embargo, cuando un
mundo ha llegado a tornarse consciente , abierto al amor real, divino, el
Creador mismo ha respondido derramando sin límites su amor sobre ese mundo. Así,
el círculo del movimiento completo se cierra, dos extremos se encuentran en un
éxtasis cabal y permamente.
Al comienzo de la creación, el poder del amor estaba
constituido por dos movimientos, dos polos complementarios del impulso hacia la
unión. Por una parte, estaba el poder de atracción supremo y, por otra, la
necesidad irresistible de una entrega absoluta de sí. Ningún movimiento, excepto
el del amor, podía cubrir el abismo que se abrió cuando en el ser individual la
conciencia se separó de su punto de procedencia originario y se tornó
inconciencia.
El amor descendió sobre la sombra y la inconciencia,
dispersándose, diluyéndose en el seno de la noche insondable ; y entonces
comenzó el despertar y el ascenso de la conciencia, la formación de la materia y
la evolución cósmica.
El amor tiene múltiples formas de manifestación. De hecho sus
expresiones son infinitas. Quienes han desarrollado su conciencia lo suficiente
pueden percibirlo incluso en la tierra y en la piedras. Más fácil aún es
sentirlo en las plantas y animales. En el hombre se descubre en múltiples modos
que van configurando su destino luminoso. El amor es el más tangible signo de la
Gracia del Absoluto por la tierra y cada ser refleja su pujanza, según su
capacidad y receptividad espirituales.
El amor es el ímpetu que está presente, aunque al principio
de la evolución de un modo oscurecido y debilitado, en todos los movimientos de
la naturaleza física y vital, como aquello que empuja hacia la agrupación, hacia
la unión. Y dicho ímpetu se traduce en el ámbito de los árboles y las plantas
como la necesidad de procurarse más luz, más aire en orden a crecer. En los
animales, está presente detrás del hambre, de la sed, de la necesidad de
apropiación, de la procreación; y en las especies superiores en el esfuerzo
abnegado de la hembra por la sobrevivencia de sus descendientes. El amor está
asociado en todos los movimientos perfectivos del cosmos material sin
identificarse con éste.
En el hombre, cuya significación esencial es el advenimiento
del principio mental en la evolución, el amor alcanza una manifestación
consciente y voluntaria. En este punto de la evolución es cuando aparece en
forma diáfana en las obras de la naturaleza, una voluntad de recrear, por etapas
y gradaciones, la unidad primordial, por medio de agrupaciones cada vez más
numerosas y complejas. Así, la naturaleza, usando la fuerza del amor para
acercar a los seres humanos rompe el egoísmo personal para cambiarlo en un
egoísmo dual y con la venida de los hijos configura esa unidad más rica que es
la familia. Con el transcurrir del tiempo se van formando agrupaciones más
complejas aún: clanes, tribus e incluso naciones. Pero esto no concluye aquí,
pues esta labor de agrupación se va efectuando en los diferentes puntos del
mundo, concretándose en las diversas razas y ,ulteriormente, en la fusión de
éstas entre sí.
El amor se expresa en el hombre medio como un deseo de
entregarse a los demás y recibir a los demás en armonioso intercambio. Su
esencia en el nivel evolutivo de lo humano consiste en una acción recíproca en
la que la dicha de dar se iguala con la dicha de recibir.
Más allá de lo anterior, el amor es en su esencia una de las
mayores fuerzas del universo. Una fuerza que existe por sí misma,
independiendentemente de los objetos a través de los cuales se manifiesta. Dicha
fuerza se expresa en todos los sitios en los que encuentra una clara posibilidad
de recepción, en todos los lugares en donde encuentra una apertura hacia su
movimiento.
Lo que habitualmente comprendemos como ‘nuestro amor’,
considerando que es algo personal o individual no es más que la aptitud para
recibir y manifestar esta fuerza universal y consciente. Pues el amor es una
fuerza-consciente que lúcidamente busca su manifestación y su realización en el
mundo a través de quienes escoge como sus instrumentos. Y éstos no son otros que
quienes son capaces de una respuesta. En ellos el amor intenta realizar su
propósito eterno.
Puesto que el amor es universal quienes creen tener una
experiencia propia, personal del amor verdadero se equivocan, pues su vivencia
no es más que una ola del infinito océano del amor universal.
El amor es una expresión divina: las deformaciones que vemos
de él en el mundo son producto de la inconciencia de sus instrumentos.
El amor no puede ser confundido con el deseo, con la sed de
posesión, con el apego personal. En su expresión más pura es la búsqueda de la
unión con el Creador. Por ello quien no está abierto al amor en su esencia y en
su verdad no puede unirse al Ser Absoluto.
El amor es aquella fuerza divina que intenta conducir cada
cosa hacia la perfección de su ser específico. El amor despliega una acción
evolutiva y edificadora en el cosmos. Es la fuerza que orienta las cosas hacia
su arquetipo que se halla en el Creador.
El amor en sí mismo es el bien supremo más allá de lo cual no
hay nada de mayor bondad.
ESENCIA DEL AMOR
El amor no es mera unión vital, simpatía, filantropía, cariño
o afecto, aunque pueda tener alguna relación con éstos. El amor es en esencia
una unión con el amado despojada de toda sombra de egocentrismo. Pues sólo
superando el ego podemos ingresar al ámbito del amor. Esto significa contemplar
lo amado como un ser distinto de nosotros, como un ser autónomo y diferente. La
experiencia del amor es la de la fusión de un yo y un tú distintos. El amor es
la fuerza orientadora que conduce al otro al cumplimiento de su vocación.
En el ámbito humano el amor se manifiesta como un sentimiento
espiritual permanente que unifica a dos almas que son una en esencia, pero dual
en la manifestación terrestre actual. El verdadero amor dota a los hombres y a
las mujeres de un poder que puede elevarlos hasta las más altas cimas y hacia
inimaginables hazañas de sacrificio por el ser amado. Y tales hazañas de
sacrificio no son producto de una compulsión, sino un gozoso acto de ofrenda. Y
sin este fuego del sacrificio ningún amor humano puede alcanzar su verdadera
pureza original. Porque el amor no es un mero intercambio de emociones y
sentimientos, sino una ofrenda absoluta de lo que somos o de lo que podemos ser,
es decir, la entrega de todos nuestros actos volitivos, pensamientos, de todos
nuestros impulsos y sentimientos.
En el ser humano el amor es un eslabón entre el alma del
hombre y el ser absoluto. Recordemos que el alma humana emanó de dicho ser
absoluto y ha sido colocada en este mundo terrestre con la definida misión de
avanzar en el proceso evolutivo. El amor pleno consiste, pues, en la relación
entre el hombre y el ser absoluto y no entre hombre y mujer. El amor entre estos
últimos a menudo toma la forma de un mero intercambio que carga con el peso de
elementos distorsionantes como celos, posesividad, exigencias vitales y lujuria.
En el verdadero amor, en cambio, toda exigencia a lo divino representa una
fractura en la espontánea pureza de la relación. El amor es en esencia una
consagración total. no un mero intercambio ni menos una transacción.
El amor humano intermedio vive básicamente del cambio y del
intercambio. Y esto conduce a las continuas disputas y desarmonías , porque en
él rigen las exigencias clamorosas de la posesión y de la satisfacción de los
más bajos apetitos y pasiones. Y esto no concluye sino con la frustración. El
verdadero amor implica vivir en una estado de autolvido y contento interior. No
se identifica con el altruismo común, pues detrás de éste hay el deseo de gloria
y fama , un deseo de satisfacer un sentimiento de superioridad. Porque en su
origen el altruismo es una mera virtud mental, mientras el verdadero amor es un
poder del alma que se expresa a sí mismo en nuestro ser emocional superior que
se ha solido, en todos los tiempos, llamar corazón. Éste no es el alma , pero es
el centro más cercano a ella. El corazón puede ser un poderoso instrumento de
manifestación del alma. Otros centros o bien están demasiado lejos para sentir
las olas radiantes del alma o bien no están lo suficientemente refinados para
sentir sus vibraciones . Por ejemplo, el cerebro está demasiado preocupado con
los movimientos del pensamiento que son demasiado abstractos y fríos para sentir
el aliento luminoso y tenue del alma. La vida común del ser humano está centrada
en torno al mundo de las informaciones externas y del clamor de las falsas
necesidades y poco habituada a escuchar la voz sutil del alma. El dominio de
ésta está lejos de los bullicios de los caprichos y tiene el sello de la calma ,
de la paz, pues siempre está orientada hacia su divino origen. Sólo el centro
del corazón ubicado entre las abstraccciones de centro mental y el centro de las
pasiones comunes puede albergar el delicado y milagroso poder del alma. Pero no
es fácil tomar contacto con el alma, pues el corazón habitualmente está cubierto
por múltiples capas de bajas pasiones y de deseos insaciables que se elevan
desde el centro vital o bien está oscurecido por las sombras de la inercia y la
rutina de los hábitos físicos. Es muy común que nuestras emociones estén
mezcladas y no permitan que el alma se convierta en el ser regente de nuestra
conciencia.
El verdadero amor por una persona no es el mero movimiento
hacia sus cualidades positivas, hacia su bondad, hacia su inteligencia o hacia
su belleza. Incluso podríamos admirar a una persona con dichas cualidades pero
sin amarla.
En verdad, el amor genuino es algo que no se satisface con las cualidades que la
persona amada pueda tener en su presente, sino que es el movimiento que intenta
llevar a tal persona hacia sus posibilidades más plenas, más nobles. Ahora bien,
el amor no se fija en la viabilidad de tales posibilidades sino que sigue
adelante siempre en su labor perfectiva. A la luz del amor, además, todo
adquiere una dignidad mayor, todo se transforma en más valioso. En tal sentido,
el amor es una perspectiva que muestra lo valioso de las cosas incluso más
aparentemente insignificantes, más adversas en nuestra vida.
Para la visión del amor nada es desechable, nada está
maldito. Aunque ve los errores como tales, las oscuridades como lo que son,
nunca los condena como irremediables. Por ello la visión del amor no puede ser
considerada como condescendiente a ultranza.
En suma, a nuestro juicio, el Amor es una fuerza trascendente
que existe por sí mismo y que en su movimiento evolutivo se derrama sobre todas
las cosas, las engloba para unirlas, abrazarlas y ayudarlas, por tanto, a ser lo
que son tras las apariencias. Tal es el Amor cósmico divino, el cual cuando se
fija en un ser determinado se convierte en el Amor divino individual. Y esta
última sabiduría del Amor nos enseña que cuanto más se dé uno mismo, más crecerá
en la capacidad de recibir la energía trascendente del amor. Porque la entrega
absoluta de sí, sin pedir ni acaparar, es el sólo secreto de toda realización en
el Amor.